La saudade y el arte en los pueblos célticos (1928)

La saudade y el arte en los pueblos célticos (1928)

Plácido Ramón Castro del Río
Vigo, 1928, imprenta de “El Pueblo Gallego”

Una interesante conferencia del doctor Nóvoa Santos, incluida más tarde en su libro “El Instinto de la Muerte”, originó en Galicia una extensa discusión sobre la saudade. La multitud de artículos y ensayos acerca de este tema demostraron, cuando menos que el enigma de la saudade sigue siendo para nosotros una preocupación constante. Mas, a mi entender, no se logró dar en ninguno de los trabajos hasta ahora publicados una respuesta satisfactoria a las principales preguntas que surgieron durante la discusión -¿Es la saudade un sentimiento que pertenece exclusivamente a Galicia? ¿Es un sentimiento genuino o una “pose”? ¿Es la saudade nociva para el espíritu gallego, y conviene por lo tanto hacerla desaparecer? Las respuestas a estas tres preguntas son evidentemente difíciles de formular, tratándose de una cualidad tan compleja e indefinida como la saudade, pero es preciso reconocer que pocos de los escritores que se ocuparon del tema lo trataron con el amplio criterio que es indispensable cuando se estudia uno de los sentimientos fundamentales del espíritu de una raza. Algunos de ellos, los que sienten el afán de crear en Galicia un espíritu “nuevo” y ven en la saudade uno de los mayores obstáculos en su camino, abordaron la cuestión con cierta intolerancia. Otros limitaron demasiado el campo de sus investigaciones al darle una importancia excesiva al amor de la tierra, cuando en realidad este amor es tan sólo una, y no la más importante, de las múltiples manifestaciones de saudade. Y otros, preocupados por el deseo de definir lo indefinible, no lograron aprisionar en sus fórmulas la esencia íntima de la saudade.

Si procuramos libertar nuestro ánimo de esas limitaciones, aceptando desde luego la saudade como un sentimiento que existe y cuya fuerza no es posible negar, creo que un examen de literatura gallega, y de la céltica en general, contribuirá a la mejor comprensión de este interesante aspecto de nuestro temperamento, y nos hará ver que la saudade es una de las cualidades más características de nuestro espíritu y de los más ricos motivos de inspiración de nuestro arte. El examen no nos proporcionará definiciones. Sería yo el primero en lamentar que se lograra definir la saudade. Hay en ella algo de sagrado que hace que la definición parezca casi una irreverencia. Pero los literatos y los poetas nos ayudarán a esclarecer un poco el misterio, iluminarán nuestro ánimo con una claridad interior intuitiva, que vale más que cualquier definición. Los poetas, los que han sabido darle expresión material a lo que todos sentimos, son siempre los mejores consejeros cuando queremos comprendernos a nosotros mismos.

En un interesante artículo sobre la saudade se hacía A. Villar Ponte la siguiente pregunta: ¿Cómo compaginar el impulso ambicioso que lleva a muchos al éxodo, sin una necesidad absolutamente perentoria que lo motive, con ese amor excepcional o insólito al terruño – saudade, morriña- que se nos achaca?”. Sin aspirar a disipar sus dudas, pues la duda me parece la más fina expresión del liberalismo, la tolerancia con nosotros mismos, yo contestaría a la pregunta de Villar Ponte con esta otra -¿Por qué han creado los hombres el arte?. La vida material de los seres humanos, a pesar de las inevitables tristezas y desventuras, es bastante soportable; con frecuencia su existencia es incluso sonriente y agradable. Y sin embargo, en lugar de contentarse con vivir felizmente en la realidad, con obtener de la vida material toda la satisfacción posible, los hombres han creado un mundo ideal, artificioso, imaginario, al cual dejan volar su espíritu, anhelante de belleza, para forjarse voluntariamente una verdadera cadena de saudades, toda una serie de deseos y de tristezas que vienen a sumarse a las tristezas y los deseos de la vida real. El artista y la persona de sentimientos artísticos, experimenta la tristeza de que la vida material no se aproxime más a sus ideales de belleza y armonía. Sufre el dolor de que su propio espíritu no sea siempre capaz de ascender a las alturas de ese mundo de belleza. Está tan consciente del abismo que separa a la vida real de la vida ideal del arte, que la belleza misma adquiere para él una tristeza saudosa. Si recordamos además que gran parte de las más sublimes obras de arte son de carácter trágico, y que su tema es con frecuencia esa misma disparidad entre los hechos y los sueños, tendremos que reconocer que el arte no conduce a la felicidad práctica. No hace más que crear nuevas saudades, una nueva tristeza, bella, armónica, pero tristeza al fin. El que nunca leyó un poema debe ser más feliz prácticamente que el que satura su alma con los versos de Shelley, de Burns o de Rosalía. ¿Pero acaso envidiamos su felicidad? Sería absurdo pretender que todo el arte tiene un carácter triste, saudoso pero tampoco es posible negar que pertenecen a esa categoría la mayor parte del arte más sublime. ¿Cómo, pues, compaginar el deseo de ser felices, que todos debemos naturalmente sentir con el éxodo voluntario al mundo de los deseos, saudades y tristezas que encuentra expresión en el arte?

En las dos preguntas, la de Villar Ponte y la mía, creo que podemos descubrir el íntimo enlace entre la saudade y el arte, la clave para una interpretación saudosa del arte y para una interpretación artística de la saudade. La saudade, como el arte, produce en nosotros una tristeza dulce, de la que no nos libraríamos aunque pudiéramos hacerlo, una tristeza que casi buscamos como una necesidad porque sentimos que su melancolía contiene la esencia misma del arte más sublime. Por eso no puede calificarse a la saudade de anhelo de morir para unirse en una tierra, como no puede decirse el arte que sea un anhelo de morir para sumirse en un mundo de perfecta belleza. Es verdad que cantamos “Mórrome de soidades”, pero hay que concederle a la poesía cierta libertad de expresión, porque las palabras son demasiado pobres para expresar todos los delicados matices del sentimiento. Para el que tiene saudades la tierra no es jamás tierra en el sentido material; es un conjunto complejo de realidades y de sueños, y el afán de identificarse con ella no lleva a la muerte sino a una vida más plena y más completa. La saudade, como el arte, es el producto de un deseo de algo, no sabemos bien de que, y es precisamente la vaguedad del anhelo lo que la distingue del sencillo deseo de volver a la patria y eleva a la categoría de un sentimiento artístico.

Existe en la saudade un elemento de auto sugestión, sin que por ello pueda decirse que es enteramente voluntaria. Sólo la comparación con el arte nos explicará en algo las misteriosas cualidades de este sentimiento y el hecho de que a pesar de su carácter superficialmente triste posea para nosotros tantos atractivos. Y algo nos explica también la hermosa obra de Synge “La Fuente de los Santos”. Los dos viejos ciegos creen que son los seres más bellos de la tierra. Su hermosura es el tema constante de sus conversaciones. Un día llega un santo que les devuelve la vista y en cuanto se realiza el milagro la vieja se lanza hacia el mozo más guapo del grupo de aldeanos que la rodean y el viejo cree ver a su compañera en la joven más hermosa que tiene ante sus ojos. El desengaño amarga su existencia y se odian al verse tal y como realmente son, al comprender que toda su vida fue una mentira. Más tienen la fortuna de volver a quedarse ciegos y cuando el santo vuelve por aquella comarca y les ofrece una vez más el inestimable don de la vista los viejos lo rechazan. Prefieren seguir siendo ciegos, con la esperanza de que en la oscuridad volverán a renacer las ilusiones y los ensueños de antaño, que la luz había disipado tan cruelmente…

La saudade tiene algo de todo lo que Synge expresa en su obra –un deseo instintivo de belleza, un anhelo de librase de las preocupaciones materiales creándose preocupaciones imaginativas, y un convencimiento intuitivo de que no siempr es triste lo que parece triste a primera vista.

¿Es entonces la saudade un sentimiento perverso, artificioso, una “pose”? Yo opino que solo se puede calificar de “pose” a la saudade si llamamos también “pose” a la civilización, el arte, a todo lo que nos diferencia de los demás animales . Y si es una “pose” es universal, o por lo menos racial, y no una actitud que adoptaron unos cuantos poetas gallegos del siglo pasado y algunos ilusos sugestionados en la actualidad. Porque en suma ¿Qué son los poetas sino los poseedores del maravilloso poder de expresar algo de lo que todos sentimos en nosotros mismos? ¿Cómo vamos a separarlos del resto de sus compatriotas y pretender que poseen un espíritu completamente ajeno al de su raza? Yo creo, por el contrario, que se debe considerar a los poetas como tipos representativos del espíritu de la raza y que cuanto más íntimo sea el sentimiento que deseamos estudiar, más indicados están los poetas para ser nuestros maestros.

El deseo de volver a la patria es sin duda alguna un sentimiento universal y no exclusiva propiedad de los gallegos. Pero tiene en los pueblos celtas un carácter especial. Su cualidad fundamental es más bien el deseo mismo que el amor a la patria. Pensamos más en saudade que en Galicia; hemos incluido a la tierra entre los infinitos motivos de nuestra saudade, pero lo que en realidad nos seduce no es la patria sino la saudade misma, sin que esto signifique que nuestro amor a la tierra sea menos hondo que el de otros pueblos. La saudade es una forma más de “la rebeldía de los celtas contra el despotismo de los hechos”, rebeldía que a primera vista puede parecer una simple perversidad, pero que es en realidad un producto del infinito anhelo de belleza y de la identidad que sienten los celtas. Y precisamente porque en la saudade de la tierra predomina el deseo les parece a los gallegos, aún cuando se hallan en Galicia, que están en cierto modo ausentes, y siguen anhelando una unión más íntima con su tierra, buscan algo en ella que no es material, procuran un anhelo imposible de satisfacer. De ahí nace la interpretación mágica de la naturaleza, señalado por Matthew Arnold como una de las características de la literatura céltica. De ahí provienen también, a mi entender, todas las fantasías de la literatura popular y erudita de los celtas. Y tal vez las mismas supersticiones no tuvieran un origen puramente religioso. Quizá fueran en parte producto del ansia de magia, del afán artístico de hacer el mundo más complejo, más maravilloso, más evocador de saudades, Fiona Macleod expresa admirablemente el carácter de nuestro amor a la tierra cuando dice “Nuestra raza siempre ha amado su tierra con fervor… Pero también es verdad que en ese amor amamos vagamente otra tierra, una tierra de arco iris, y que el país que más deseamos no es la Irlanda material, la Escocia material, la Bretaña material, sino la vaga Tierra de Juventud, la Tierra que el corazón anhela, envuelta en sombras…”.

Aún siendo universal la forma más sencilla de la saudade, el deseo del expatriado de volver a su tierra, tiene en los pueblos celtas una especial intensidad y delicadeza, un mayor elemento poético y artístico. No predomina en ella la simple emoción patriótica en el sentido usual de la palabra, si bien en el fondo revela la esencia misma del patriotismo, el amor a una casa, a un lugar, a una comarca. Por eso encontramos en la poesía escocesa, galesa e irlandesa la misma profusión de nombres de lugar que en la nuestra. Sólo para los celtas pueden ser poesía unos versos como:

“¡Padrón!… ¡Padrón!…
Santa María… Lestrove…
¡Adiós! ¡Adiós!”.

Porque nuestra alma suplementa esas sencillas palabras con toda mención que en ella existe alrededor de un lugar querido, aunque no sea Padrón, Santa María ni Lestrove. La misma significación del solo nombre de lugar, la hallamos en este epitafio céltico citado por Arnold:

“Angus en la asamblea celestial,
Aquí están su tumba y su cama,
De aquí se fue la muerte,
Un viernes, al bendito cielo.
En Cluain Eidhnech creció,
En Cluain Eidhnech se enterró,
En Cluain Eidhnech, de las muchas cruces,
Leyó sus primeros salmos”.

Muchos poemas de los celtas del Norte podían ser nuestros por la semejanza de los sentimientos que expresan con nuestras propias emociones. Dice un poema escocés:

“Oh, dime lo que viste en tu camino, viento Norte,
tormentoso,
Al venirte soplando de la tierra que siempre
está en mi mente,
Me muero por el Norte, aunque mis piés andan
por Inglaterra”.

“Oí como subía por el Forth la marea plateada”.

Y el viento sigue contando lo que vió hasta que el emigrado le suplica:

“¡Oh Viento, ten piedad, no cuentes más,
no me atrevo a escucharte!”

(Este poema nos hace recordar los versos de Pondal

“Decide ventos da Cróa
O q’oiches sin tardar”).

En otro poema escocés canta el emigrado:

“Aquí todo es alegre y bonito, pero este lugar
me asusta”,

sentimiento idéntico al de nuestro “Lonxe da Terriña”:

“Non che nego a bonitura,
Ceiño d’esta terriña,
Ceiño da terra allea,
Quen che me dera na miña”.

Lady Dufferin pone estas palabras en boca de un emigrante:

“Dicen que allá hay pan y trabajo para todos,
Y que el sol siempre brilla.,
Pero nunca me olvidaré de Irlanda,
Aunque aquella tierra sea cincuenta veces
más hermosa”.

Rafterty, el gran poeta céltico irlandés, cantaba siempre sus saudades del condado de Mayo:

“Os juro que mi corazón sube como sube la marea,
Se levanta como se levanta el viento hasta que huyen
la niebla y la bruma,
Cuando me acuerdo de Carra y de Gallen que está al
Lado,
Del puerto de los dos Árboles, de la ancha llanura de
Mayo.

Si estuviera allá, entre los míos, mi corazón descansaría,
La vejez misma me dejaría, sería joven otra vez”.

La obra de Yeats está llena de saudade. En su bello poema “La Isla del Lago Innisfree”, dice:

“Me levantaré y me iré, pues siempre, noche y día,
Oigo el agua del lago murmurando dulcemente en la orilla.
La oigo cuando estoy en la calle, o en la acera gris,
La oigo en el fondo de mi corazón”.

Pero una de las más hermosas expresiones la hallamos en una canción escocesa de las Islas Hebrídas, “El Camino de las Islas”:

“Desde lonxe un marmullo esta turrando por min,
Cando saio ó camiño c’unha vara na man,
Son as Coolins lonxanas que m’estan namorando,
E non levo mais carga qu’a do sol da mañan…
Ai coidas qu’e fachenda o que ves no meu paso
E que nunca cheiraches os argazos das illas”.

En Gales la saudade se llama “hiraeth”, y el himno nacional del país habla de “mi anhelo”, mi “hiraeth” de Gales. Y no deja de mostrarse en la misma Inglaterra la influencia céltica en este respecto. Allí todo el sentimiento se halla concentrado en la casa, “home”, el lar. Un inglés emigrado no habla nunca de “la patria”, ni de “Inglaterra”, habla siempre de “home”. Una de las canciones favoritas del pueblo inglés dice que “por humilde que sea no hay sitio como nuestra casa”. Y en las trincheras, los soldados británicos no cantaban himnos guerreros. Cantaban “Mantened encendido el fuego del hogar” y “Tipperary”, una canción vulgar, pero que armonizaba con su morriña porque decía: “Está lejos, muy lejos, Tipperary, hay que andar mucho para llegar allí”. Y los ingleses tienen la una palabra “homesick” –“enfermo de ganas de ir para casa”– que corresponde exactamente a nuestra palabra “morriña”.

Pero pasemos de la consideración de la saudade en su forma más sencilla al estudio de aquellas manifestaciones más complejas, que hallaremos en la poesía céltica. Ninguna poesía se ocupó tanto de la vejez, de la decadencia, ni la mira con tanto horror. Ninguna expresa tantas saudades de juventud, de las cosas que han pasado para siempre. En la poesía gallega abundan ejemplos. Basta citar los versos de Pondal a los “Carballos de Carballido”:

“Carballos de Carballido,
Cand’era rapaz deixeivos:
Vin despois de moitos anos;
Ja vamos vellos.
Pasáronse as alegrías
Que trouguéra o tempo ledo;
A mocedá foi pasada;
Ja vamos vellos.
Eu teño os cabelos brancos.
Vos tendel’os gallos secos;
Os nosos días pasáno;
Ja vamos vellos”.

O los de Rosalía:

“Agora cabelos negros
Mais tarde cabelos brancos:;
Agora dentes de prata
Mañan chavelos querbados;
Hoxe fazulas de rosas
Mañan de coiro enrugado”.

“Morte negra, morte negra,
Cura de dôres e enganos,
¿Por qué non mata-l-as mozas
Antes qu’as maten os anos?”.

Sus paralelos británicos los hallaremos en el “Auld Lang Syne” –“los viejos tiempos pasados”– de Burns o en “Deirdre” de James Stephens:

“Que ninguna mujer lea estos versos;
Son para hombres, y para sus hijos,
Después para sus nietos.
Llega un día en que nos oprime el alma
El recuerdo de Deirdre y su leyenda
De sus labios, hoy polvo.
Anduvo por la tierra; le hablaron los hombres,
A sus ojos mirando, y cogiendo su mano,
Y ella les contestó
Hace más de mil años que fué bella;
Más de mil que pisó la hierba ondeante;
Que vió las nubes.
¡Mil años! Y la hierba está lo mismo,
Las nubes tan hermosas como entonces
Cuando Deirdre vivía
Pero nunca nació mujer alguna
Tan hermosa, ninguna tan hermosa
De cuantas han nacido
Juntaros, hombres, a llorarla solos,
Ninguno puede amarla; ningún hombre podrá quererle.
Ni postrarse ante ella; ni decirle.
¿Qué le iba a decir? ¡No hay palabras
Que pudiera decirle!
¡Ahora no es más que un cuento relatado
Al lado del hogar! Ya ningún hombre
Podrá querer a aquella pobre reina”.

No son menos tristes, menos saudosas, las “Meditaciones de un Viejo Pescador”, de Yeats:

“Ouh ondiñas, podedes bailar os meus pes,
E brilar e brincar murmullando un ron ron,
Pero eu lémbrome d’ondas mais ledas,
En xunios mais quentes
Cando eu era un neno, sin fendas no meu corazón”.

Igual sentimiento expresan estas líneas del último libro del mismo poeta:

“Que hacer con esta cosa absurda –oh, corazón, oh
corazón agitado– esta caricatura, la vejaz decrépita
que me han atado como a la cola de un perro. Nunca
se sintió mi imaginación más excitada, apasionada, fan
tástica. Nunca tuve un oído ni un ojo que espera-
sen lo imposible con tanto afán…”.

Tenemos también la saudade del dolor que nadie ha expresado como Rosalía:

“Soupen só que non sei que me faltaba
En onde o cravo faltou,
E seica…, seica tiven soedades
D’aquela pena…¡Bon Dios!
Esta barro mortal qu’envolve o esprito
¡quen o entenderá, Señor!…”.

Curros sentía ante todo la saudade de un Dios:

“Colombo topa un mundo n’un outono
¡quen tan oitoso que topase a Dios!”.

y

“Si algún topais, viaxeiros d’esta vida,
En que creades vos,
¡Poñeimo ante esta lámpara encendida,
Que está esperando un Dios!”.

Hay también la saudade de la tierra libre y redimida que canta Pondal:

“Ou canta luz eu vexo
Que na futura edá,
Da tua frente sae
Xente de Breogán!”.

Y que inspira los versos de Cabanillas:

“¡Xa a nosa terra e nosa!
¡Namorados da Beleza e do Ben!
¡Cantores do ideal!, ¡novos cruzados!
¡Adiante! ¡Mais adiante!
¡Alén!
¡¡Alén!!”.

Su paralelo lo hallamos en los infinitos poemas irlandeses que nos hablan de “Dark Rosaleen” en los versos de Aubrey de Vere:

“La rosita negra será roja un día;
¿Qué la ennegreció sino el vino seco de Marzo
Y las lágrimas de la viuda que caían sobre ella?
Cuando llegue Julio enrojecerá los montes”.

O en los de Fanny Parnell:

“¿Verán mis ojos tu gloria, tierra mía,
Verán mis ojos tu gloria?
¿O los cubrirá la noche sin que vean
Brillar el sol en tu historia?”.

Y la poetisa dice, que aunque esté convertida en cenizas, oirá desde la tumba

“La música, y las salvas y los gritos
De tus hijos exiliados que retornan”.

Los poetas gallegos, no satisfechos con sentir ellos mismos la saudade , la comunican a la naturaleza, y así, para Cabanillas, los pinos del Retiro tienen también saudades:

“Ou verdes pinos celtas en desterro!
¡Ou pinos do Retiro
Saudosos de brétemas e orballos
De asubíos dos merlos,
Da visión das montañas azuadas,
Dos bruídos do vento,
Dos salseirosdo mar na costa brava…
Diante do voso dolor esquezo!”.

Pero la expresión más intensa y elevada de la saudade se encuentra en el amhelo más característico de los poetas célticos, el anhelo de lo imposible. Es esta saudade pura, pura porque no puede verse satisfecha y en ella tiene una importancia relativamente pequeña lo deseado si se compara con el acto de desear. Nos revelan esta forma de la saudade de lo imposible en nuestra poesía. Es suficiente recordar los versos de Cabanillas:

“Eu tiña unha arela:
¡Quería ser fror!”.

O los de López Abente:

“Perdel-a forma e unidá que encerra
o meu corpo mortal, e, libertado,
antre o ensoño vivir arraudeado
na brétema sotil da miña terra”.

O los de Pondal, al ver pasar las aves que van “en demanda das illas Sisargas, seu noto reparo”:

“Ah! Quen fora com’elas tan libres…,
Quen poidera vivir coma elas,
Nas prayas e bancos,
Nos baixos e furnas,
Nas sirtes e fachos,
Nos seos esquivos
Dos feros peñascos!”.

La misma idea inspira a Yeats cuando dice:

“¡Si pudiéramos ser, vida mía, blancas aves
flotando en la espuma!
El fulgor de la estrella fugaz ya nos cansa
Cuando aun nos alumbra,
Y el lucero de llama azulada , suspendido en
el borde del cielo
Despertó en nuestras almas, amada, un dolor
Que no tiene consuelo”.

Toda la poesía irlandesa está en la línea de este anhelo de lo imposible del deseo de huir del mundo real al mundo soñado, a “la Tierra que el Corazón Anhela”.

“Donde nadie se vuelve viejo, ni piadoso, ni serio,
Donde nadie se vuelve viejo, ni astuto, ni sabio,
Donde nadie se vuelve viejo y de lengua amarga…
Donde la sabiduría es alegría, el tiempo.
Una canción sin fin”.

Los que “han pisado la hierba encantada”, los que “han soñado con el mundo de las hadas” ya no encuentran sosiego ni en la muerte. “Los gusanos se enroscan entre sus huesos” le cuentan como “Dios inclina sus manos desde el cielo, para bendecir aquella isla, con una voz dulce como la miel”. El hada de Yeats los llama diciéndoles:

“Vente, oh niño humano
A las aguas, as los montes,
Deja que un hada te lleve de la mano,
Tú no puedes saber cuantas lágrimas
hay en el mundo”,

y Yeats dice:

“…juntaros
Los que buscasteis más de lo que hay en la
Lluvia o en el rocío,
O en el Sol y la luna, o en la tierra,
O en suspiros oídos entre el júbilo errante de
los astros,
O en la risa que viene del mar, surgiendo
De sus tristes labios.
Y librad las batallas de Dios en vuestros
barcos largos, grises”.

Pero tal vez sea el inglés Shelley, “el poeta de los poetas”, quien expresa más bellamente la esencia de la saudade, al hablar de “El deseo de la estrella que siente la mariposa, el deseo de la mañana que siente la noche, la devoción a algo lejano, desde el mundo de nuestras tristezas”, y cuando dice:

“Miramos hacia atrás, hacia delante,
anhelamos lo no existe,
Nuestra risa más sincera lleva en sí algo de dolor,
Nuestras canciones más dulces son las que
Hablan de pensamientos más tristes”.

Si pasamos a examinar la literatura dramática de Irlanda, la veremos dominada, como su poesía, por el ansia de magia de países de leyenda, donde todo puede ser verdad, de la edad heroica en que Erin en la que héroes, princesas y hadas vivían en un mundo de maravillas y de encanto. Y aún en las ocasiones en que la acción se desarrolla en el mundo real es el tema más frecuente del drama irlandés el anhelo de ese mundo ideal, la lucha entre lo real y lo soñado, la saudade de belleza, o la tragedia del que se creó ilusiones, del que quiso hacer de su vida una leyenda. Los dramaturgos irlandeses tratan la saudade de muy diversas maneras. Unos se abandonan a ella, otros se sonríen, otros se burlan o la atacan con dureza. Pero casi siempre el motivo fundamental de su obra, hasta en el caso de los escritores nuevos, como O’Casey, que más realistas parecen.

No pretendo que las características que he enumerado sean propiedad exclusiva del arte céltico. Pero en ninguna otra literatura tiene tanta preponderancia la saudade, en el sentido más amplio de la palabra. Puede decirse que todas sus modalidades se hallan dominadas o inspiradas por la saudade en una u otra forma. Saudade de la tierra, de la juventud, de la patria libre, del dolor, de la belleza, de lo imposible, de la ilusión; todas son facetas distintas de un mismo sentimiento, tanto más puro e intenso cuanto más inalcanzable su ideal. En el arte de otros pueblos pueden ser la ilusión, y el deseo, cualidades incidentales. En el arte de los celtas son la inspiración dominante. Havelock Ellis, en su estudio acerca de “El Espíritu Céltico en la Literatura”, ve como característica distintiva de esa literatura el amor a “lo lejano en la lejanía” –“the remote as remote”–. Dice Ellis: “Aunque el poeta romántico utiliza con frecuencia el elemento de la lejanía, es generalmente su deseo conseguir lo que al espíritu céltico le es intensamente repugnante, lo remoto en el presente…El espíritu céltico exige un pasado grande e invisible, de una magnificencia imposible…, Necesita la ilusión, tiene que buscar la visión de un mundo invisible…”.

Es decir que el arte céltico no se preocupa del bien y del mal, de la posibilidad de la felicidad en la vida. Su ideal, para satisfacerle, tiene que mantenerse lejano. Lo que importa no es el ideal sino el deseo del ideal. Y esa eterna lejanía del ideal, esa exigencia de un pasado de una magneficencia imposible, ¿Cómo no van a ser una eterna fuente de saudades? He aquí como Ellis viene ha hacer de la saudade, del deseo ideal, la clave para entender la literatura céltica.

La consideración del carácter de la saudade no puede separarse de la de nuestra alegría y nuestra tristeza. Es evidente que el ideal “lejano en la lejanía” tiene que nacer cierta tristeza. Desde luego, si ese ideal es típico de la más antigua literatura céltica, y es de ella que Ellis habla, demuestra que tanto la saudade como la tristeza de los celtas no son producto de condiciones históricas modernas, ya que esa literatura se escribió en una época gloriosa para los celtas del norte. Un sentimiento que así domina todas las manifestaciones del arte celta tiene raíces demasiado hondas para poder ser motivado por las desventuras de un pueblo. Tal vez se encuentre la solución del enigma de nuestra alegría y de nuestra tristeza en esa “visión con los ojos de la mente” de que nos habla Arnold, visión indirecta que le saca algo de su intensidad tanto a la tristeza como a la alegría. Pero en todo caso sería aventurado afirmar que a saudade es un sentimiento enteramente triste.

Su complejidad, el elemento artístico que en ella se descubre, le da un atractivo y una belleza que le aparta de la simple melancolía. Y después de todo, los gallegos no sabemos si somos alegres o tristes, no sabemos lo que deseamos. Rosalía sentía:

“…unha sede,
D’un non sei qué, que me falta”.
Y decía:
“N’acougo c’unha inquietude
que non me deixa vivir;
quero, e non sei o que quero,
qu’é todo igual para min”.

Y también:

“Tan so acordarme d’elas
Non sei o que me fai:
Nin sei s’é ben
Nin sei s’é mal”.

Pondal sentía:

“Suidades de non sei qué,
Recordos quezais do esprito
D’algunha perdida patria
Ou do antigo ben perdido…
Suspiros por non sei quen, e por non sei qué suspiros”.

La melancolía que se ve en los ojos de los celtas es según Yeats “una melancolía que casi es una parte de su alegría”, y el mismo poeta, al oír tocar una mágica flauta dice que “nunca se oyó música tan triste, y nunca se oyó música tan alegre”.

Hay que resiganrse a no comprenderse, hay que decir con Rosalía,

“Este barro mortal qu’envolve o esprito
¡Quen o entenderá, Señor!”

Y casi debemos alegrarnos de que así sea. Las personas o los pueblos que se comprenden a sí mismos deben tener muy poco que comprender. ¿Y si somos complejos, incomprensibles, por qué nos esforzamos en ser sencillos? Después de todo se puede decir que lo complejo es también lo completo. Y en todo caso es un empeño inútil el de dictarle a un pueblo cuales han de ser sus sentimientos, como quieren hacer algunos de nuestros escritores, decirle que sea alegre, que no sienta saudades. Felizmente los pueblos no se inspiraron en las teorías de los escritores sino en sus propios sentimientos, íntimos y sinceros.

Yo opino que hay lugar en nuestra vida para las tendencias más diversas, para el arte de saudade y para el arte “nuevo”. La negación de una parte de nuestro propio espíritu equivale a la anulación de u aspecto de nuestro arte. Y todos los que no estemos cegados por el apasionamiento que produce la adhesión absoluta a una “escuela”, debemos reconocer que cuantas más tendencias se muestren en nuestra producción artística más rico será el conjunto. No deben negársele a las tendencias nueva libertad de expresarse, pero tampoco es sensato pretender que posean la hegemonía absoluta, ni es razonable iniciar una reacción contra la saudade cuando aun no hemos extraído de ella todo el fruto que puede darnos. Nuestro arte, si exceptuamos la poesía lírica, aun no ha utilizado la riqueza de la inspiración saudosa. Basta comparar nuestra literatura con la de Irlanda para comprender cuanto nos falta por hacer. Es verdad que se ha iniciado en Irlanda un reacción contra el arte de la escuela de Yeats, contra el “crepúsculo céltico” y de las leyendas de la edad heroica de Erin, pero aun cuando describen los episodios sangrientos de las guerras civiles, y cuando el ambiente de sus obras es el de una casa de vecindad de Dublín, en lugar de un país de leyenda, sigue siendo la ilusión, “la rebeldía contra el despotismo de los hechos”, uno de los motivos fundamentales de su arte. Y en todo caso la reacción, que tal vez sea conveniente en Irlanda, sería prematura en Galicia.

Siguiendo la orientación del carácter de nuestro pueblo nos indica, inspirándonos en la tradición, en la leyenda y en la saudade tenemos abierto el camino para crear un arte genuinamente gallego de inmensas posibilidades. Si no la seguimos nuestro arte será frío, intelectual y podrá ser “muy europeo”, pero perderá el contacto con el espíritu de la raza.

Se pretende que la saudade es incompatible con el progreso de Galicia y con su éxito en la vida práctica. Creo que basta estudiar el caso de Escocia para ver lo errónea que es esta opinión. Escocia es la tierra del saudoso Burns, la nación que en nuestros días ha dado al mundo un talento tan delicado como el de Barrie, con su Mary Rose, su Peter Pan, sus islas encantadas donde se escuchan voces misteriosas. Y, sin embargo, es Escocia el pueblo más práctico y uno de los más prósperos del planeta. Irlanda, otra tierra de saudades, luchó por su libertad en los campos de batalla durante ocho siglo y ahora se enfrenta valientemente con la realidad para consolidar su nueva situación, ¿una contradicción más del espíritu céltico? Acaso lo sea. No pretendo explicarla, pero la posibilidad de la coexistencia del espíritu saudoso y del sentido práctico es bien evidente.

La saudade me parece una cualidad cuyas ventajas compensan ampliamente los inconvenientes que pudiera tener. Aparte de su importancia como inspiración artística, implica la imposibilidad de estancamiento, la constante aspiración hacia un nuevo ideal. El pueblo que la sienta anhelará siempre algo que no tiene y del anhelo nacerá el esfuerzo. ¿No es acaso preferible el descontento del idealista a la vanidad del que está satisfecho?. Creo que es un error culpar a la saudade de los males de Galicia. Tal vez nos haga falta aún más saudade, sobre todo la saudade de una Galicia redimida, que sea, como en Irlanda, el distante ideal que nos lleve al fin a una feliz realidad.

Estas breves consideraciones sobre un tema casi inagotable no tienen otro objeto que el de tratar de formular una respuesta a las tres preguntas enunciadas al principio de este ensayo. Creo que se puede afirmar que si bien se encuentran cualidades semejantes a la saudade en todos los pueblos del mundo, la saudade, tal como nosotros la entendemos, es un sentimiento típicamente céltico, no sólo por tener entre nosotros una especial intensidad sino también porque se puede descubrir su influencia, en una u otra forma, en casi todos los aspectos de la literatura de los celtas y en la misma vida y temperamento de nuestra raza.

Me parece que el mayor mérito de la saudade es precisamente lo que tiene de común con el arte, el anhelo de belleza que inspira, el hecho de ser en parte voluntaria. Pero esto no justifica la afirmación de que la saudade es una “pose”.

Estimo que la saudade es un sentimiento de los más valiosos de nuestro temperamento, que puede ser la fuerza inspiradora de nuestro progreso tanto en la vida material como en la artística. Dejarnos dominar completamente por ella tal vez tuviese serios inconvenientes. Pero anularla sería matar una parte de nosotros mismos. Como dice Risco, “Coido que calquera sentimento pode ser dinamicamente aproveitado” y “O que para outros pode ser mortal pra nós pode ser vital”.

Y finalmente, opino que lo fundamental en la saudade, es el deseo mismo y no el objeto que deseamos.

El doctor Nóvoa Santos termina su ensayo diciendo “Hay luego un anhelo, una aspiración… que en la saudade se intensifica y culmina en el “instinto de la muerte” que significa la forma suprema de reversión a la tierra… Pensemos, por último, que la fuerza creadora de la esperanza, la saudade del porvenir, no es otra cosa que la misma intención creadora de la muerte, que, al insinuarse vagamente en el alma, nos invita a devolver a la tierra todo lo que de ella hemos recibido”.

Confieso que no acierto a entender estas últimas palabras del doctor Nóvoa Santos. Si concedemos que la saudade del porvenir y el anhelo constante de belleza y de perfección no son más que manifestaciones del “instinto de la muerte”, tendremos que reconocer igualmente, como consecuencia lógica, que la conformidad con las circunstancias de la vida , la satisfacción animal con el mundo material que nos rodea, constituyen la forma más pura del “instinto de la vida”. Y esa consecuencia nos repugna. Yo prefiero ver en la saudade el tipo mas pleno y completo del “instinto de la vida”, de la vida cada vez más bella, mas compleja, mas espiritual, y la fuerza inspiradora de nuestra lucha eterna hacia la vida perfecta e ideal. La saudade del porvenir no es el “instinto de la muerte”, porque no es individual, egoísta, sino el sentimiento intuitivo de la colectividad humana. Ese bello porvenir que anhelamos, lo deseamos para la especie humana, o para nuestra patria, y no para cada uno de nosotros.

Por algo tiene raíces tan hondas en los pueblos célticos la leyenda del Santo Grial, por algo la consideramos como uno de los más preciados tesoros de nuestra tradición. Mientras tengamos saudades de belleza y de perfección no carecemos del ideal que nos estimula e emprender gloriosas aventuras espirituales.

Plácido R. Castro