BBC, Spanish Programme
Cuando la escritora inglesa Matile Ward hubo terminado y publicado su extenso estudio biográfico de una eminente figura literaria de nuestro tiempo, se encontró con tal cantidad de material sobrante, y tal aportación de nuevos datos en las cartas de sus lectores, que pudo aún llenar otro amplio volumen con una selección de anécdotas, recuerdos e impresiones.
No ha de causar sorpresa a nadie el saber que la figura literaria de referencia era la de Chesterton.
Como ha dicho muy certeramente Sir John Squire uno de los más autorizados críticos literarios ingleses, “cuando la actual escasez de papel y las dificultades de encuadernación se hayan terminado, puede que la autora, con una coincidencia tranquila, convertir su tomo en dos, tres o hasta cuatro, con la seguridad de que jamás se podrá suministrar al apetito de una posteridad civilizada un exceso de información acerca de la personalidad más notable y más perdurablemente interesante que ha existido es de Johnson…”.
En realidad el recuerdo del gran polígrafo de antaño, el doctor Samuel Johnson, se nos presenta ineludiblemente cuando pensamos en Chesterton. Dos hombres físicamente voluminosos, descuidados en el vestir, rebosantes de decididas opiniones repartidas enerosamente, sin escatimar la dádiva, en frases ingeniosas, expresivas, y a veces demoledoras.
Identificamos ambos íntimamente, con el Londres que ambas y sobre todo con los alrededores de la calle literaria y periodística de Fleet Street, y sus tradicionales hosterías. Ambos desaparecidos físicamente de la gran ciudad, pero que nos parecen perdurablemente presentes…
Quisiéramos disponer de espacio para citar, recuerdo tras recuerdo, las sugerencias que se contienen en este nuevo libro de la Sra, Ward “Regreso a Chesterton”, pues en sus páginas se nos aparece el gran escritor justamente como siempre lo hemos imaginado. Porque dada su manera de ser y de producirse, tal vez arroje tanta luz sobre la figura de Chesterton este conjunto de impresiones y recuerdos, unido a las numerosas referencias que hallaremos en los escritos de sus contemporáneos más distinguidos, como pueda hacerlo el relato biográfico de su vida o la estimación crítica de su obra…
Nada hay en estas páginas que se asemeje al “maestro” distante, elevándose y siendo elevado sobre un pedestal, sino el retrato del hombre intensamente humano y cordial, amante de la vida y de las personas y a su vez devotamente querido como ser humano. Rodeado de niños y jóvenes, compartiendo e inventando sus juegos regalándoles sin cálculo la riqueza divertida de sus versos y dibujos, pero sabiendo al mismo tiempo considerarlos catarlos como personas muy serias e importantes. Recordado, como hemos dicho, con admiración y afecto por los eminentes contemporáneos con quienes sostuvo largo, cordial e incesante debate, público y privado, o sé reunión en expansiva convivialidad en el domicilio o la posada. Pero si ellos nos hablan de su genio, de las joyas verbales que dejaba caer, o de su seguro porvenir como “leyenda perdurable en la literatura inglesa”, no es menos cierto que igualmente lo recuerda el conductor de taxi, olvidado tantas veces por el gran escritor, al cual no le importaban las largas horas de espera porque su cliente era “un buen señor tan simpático”. Y la sirvienta cuya tarea más constante y pesada era la de secar la inundación que se producía en el cuarto de baño cuando el voluminoso cuerpo hacía rebosar el agua de la bañera, y que aún no puede pensar sin una sonrisa en el día en que luego de escuchar un nuevo y alarmante chapuzón oyó exclamar a su amo, “Caramba, pero si ya estuve en esta bañera hace un momento…”.
Esta ilimitada capacidad para la distracción, producto de la absorción en los pensamientos propios, se aliaba indisolublemente el gran escritor como en el niño del cual tantas características conservaba a su cualidad de extroversión, su constante entrega a los demás, y esta alianza es tal vez lo que da un sello más distintivo a su personalidad.
Y así lo podemos observar escribiendo las notas para un artículo en el puño de la camisa, mientras asciende lentamente la escalera o iniciando una conferencia con la confesión de que ha dejado sus notas olvidadas en el taxi, y emprendiendo luego, sin pausa, una de sus asombrosas improvisaciones…
Entre diversos recuerdos personales de Chesterton, su amplia silueta, cubierta por el gran sombrero y la amplia capa, la agudeza de su controversia en el debate, la simpatía de su figura, la sorpresa y originalidad de sus opiniones muchas veces oídas en discusiones y conferencias, yo conservo, sobre todo, la memoria de una disertación en una universidad de Escocia, en la cual Chesterton tuvo la ocurrencia de reclamar a los escoceses la autonomía para Inglaterra. Los ingleses, decía aprueban muchas leyes absurdas y molestas en su parlamento, pero son demasiado indolentes y distraídos para ponerlas en práctica en toda su integridad.
Para eso venían a Inglaterra gobernantes escoceses, en una proporción injustificada, serios y metódicos, que le imponían implacablemente a los ingleses sus propias leyes, y e cuya tiranía era indispensable liberar a la parte sur de la isla. He aquí, entre lo humorístico y lo serio, mucho más de lo esencial de Chesterton, su originalidad, su fondo de razón, envueltos en la elegancia de una broma o en el brillo de una certera paradoja…
Porque no hemos de olvidar que tras el humorismo, había siempre un fondo muy serio, una idea de vital importancia una extraordinaria sagacidad. Estos emocionantes y vivos recuerdos de Chesterton como persona no deben jamás ocultarnos que también se halla presente entre nosotros su recuerdo como pensador y orientador.
Atraviesa en la actualidad ese difícil período que sucede ala muerte del escritor, en el cual la fama del hombre de letras sufre una especie de pausa antes de que se pueda establecer de una manera clara la estima en que va a tenerlo la posteridad. Pero eso no impide, estoy seguro, que la idea de Chesterton y de lo que representa, se halle presente en la conciencia de muchos de sus compatriotas y de no pocas personas de otros climas. Puede decirse, en cierta manera, que estos años han representado el fracaso de Chesterton, el eclipse de lo que él defendía. La transformación de la sociedad y del mundo se ha operado en una dirección opuesta a la que él soñó y a la que él hubiese querido.
En vez de la distribución de la riqueza común que propugnaba para que cada individuo, cada familia, cada grupo, viese enriquecida su vida y fortalecida su personalidad, se ha ido hacia una preponderancia cada vez mayor del estado, cuyo creciente poder tanta desconfianza le inspiraba. El sistema fabril del ingente industrialismo, hacia el cual sentía tanta aversión, extiende cada vez más sus tentáculos y su tendencia hacia una dominación, por próspera y cómoda que parezca, de la vida de la enorme mayoría de los hombres. La esencia, a la cual temía, contiene hoy día tanto de amenaza como de esperanza para la humanidad. El luchador ha sido tal vez, en cierto modo vencido por el abrumador peso de las realidades. Pero no es menos verdad que, a su manera ha conseguido una victoria. El recuerdo de sus ideas y de sus advertencias se hallan indudable e ineludiblemente presentes, como una especie de inquietud, posiblemente hasta un remordimiento, en la conciencia de una humanidad que se siente intranquila acerca de sus propios destinos.
Un remordimiento, una inquietud, y quien sabe si también un rayo de esperanza en la bondad humana y divina, que es el inseparable atributo de los profetas, y de la cual Chesterton, seguramente, el más amado e inspirador ejemplo que hemos podido conocer en nuestro tiempo.
P. R. Castro