Faro de Vigo, 03/10/1965.
Es agradable haber visto en la Prensa los titulares que nos anuncian la renovada, aunque algo tardía presencia del “Festival del Mundo Céltico” en el programa de las fiestas viguesas, si bien este año se limite a la melodía de nuestras nativas gaitas. Otros años, hemos de esperarlo, recibiremos visitantes de tierras célticas hermanas, que continúen la tradición ya establecida en dos ocasiones por gratas embajadas bretonas. Cuando estas nos brindaron su arte hemos podido comprobar que no es siempre precisamente la gaita lo más típico por lo menos en los tiempos actuales, de las manifestaciones musicales de un pueblo céltico. En realidad donde la gaita predomina marcadamente es tan solo en Escocia y en Galicia. Los galeses no emplean con especial preferencia otro instrumento musical que el de sus magníficas voces, sobre todo en sus magistrales coros -consecuencia de sus himnos religiosos y de la afición de los mineros a esta modalidad. En Irlanda, a la verdad, no he tenido en mis visitas ocasión de oír la gaita, que conozco más bien a través de los desfiles de la Guardia Irlandesa en las solemnes y reales ceremonias londinenses…
Claro está que hay el arpa céltica, pequeña, procedente de los más remotos tiempos de la raza. Pero su empleo actual debe hallarse limitado a los “eistedfodd” galeses, los “ceilidh” de Irlanda – es decir fiestas un tanto arcaicas- y algún que otro concierto, pero sin carácter verdaderamente popular.
Yo tengo, es verdad, inolvidables recuerdos de los conciertos de las Keneddy-Fraser, madre e hija, coleccionadoras e interpretes, con acompañamiento de arpa, de las insuperables canciones de las islas Hebrideas. Nadie que haya oído perderá ya, por ejemplo, la resonancia en su ánimo de la letra y música de la “Canción de amor de Eriskay”… “A música es ti do meu corazón ouh “crulh mo chree”, arpa de ledicia a lúa que é guieiro na noite, ti es para min a luz e a vida. Nas miñas soedades, branco cor amado, cando a noite moura, ou a mar é fera, pola luz do amor os meus poes atopan o vello camiño que onde ti me levas.
Cuando yo tuve el placer de conocer Irlanda el instrumento popular y festivo no era el arpa, ni la gaita sino el violín. No sé desde cuándo este instrumento, ciertamente de origen exótico se hizo popular en la verde Erin. Pero sé que ya en el siglo XVII, Raftery, el violinista errante, el poeta ciego, nos dio, en gaélico posteriormente traducido al inglés por Douglas Hyde, esta sintética y conmovedora autobiografía -“Soy Raftery o poeta, cheo de amor e de espranza con ollos que non teñen luz e con ternura sin pena. Vou cara ó Poente, en pelerinaxe, pola luz do corazón, débil e canso deica o fin do camiño. Olládeme agora cara a parede, tocándolle música a petos valeiros…”
Más tarde ya en este siglo pero hace más años de lo que quisiera recordar, ha tocado para mí “la música de las hadas” el violinista Eamonn, en las Islas Blasket, la tierra más occidental del viejo continente, hoy deshabitada, melodía que a mí me sonaba algo así como una fusión de alalá y muiñeira. No sé si los ritmos e instrumentos modernos habrán eliminado de las fiestas populares al violín, tan adaptado al vertiginoso movimiento desde la mayoría de los bailes irlandeses más típicos. Aunque también me gustan los “Beatles”, lo sentiría…
Y para terminar, una manifestación poética a la vez de la significación del violín en Irlanda y de la variada, extensa gama poética de Yeats, no siempre absorto en el “crepúsculo céltico”,, los bellos amores tristes e imposibles, las especulaciones filosóficas o las visiones orientales, sino sencillamente y finamente un humorista irlandés. He aquí, en versión gallega, su “Violinista de Dooney”:
O violinista de Dooney
Cando o meu violín toco en Dooney,
baila a xente cal onda do mar;
meu curmán é abade en Kilvarnet,
en Mocharabuiee meu irmán.
Eu paséi xunto deles e olléinos
nos seus libros de pregos a ler;
eu lía no meu, de cantigas,
que na feira de Sligo merquei.
O chegarmos ó cabo do tempo,
a onde Pedro se senta con pompa
ha sorrirlle ós tres vellos espritos
mais abrirme o primeiro a sua porta.
Poilos bós son tamén sempre ledos,
a non ser que más sorte lles cadre,
e ós ledos lles gusta o violín,
e ós ledos lles gusta bailare.
E ó verenme alí, toda a xente
vai chegar xunto a min e dirá
“Eche o violinista de Dooney”
e han bailar como a onda do mar.
P. R. Castro.